BULLYING
Los muchachotes reían a más no poder. Estaban reunidos en la casa de Lucas, que era el jefe de la banda. Era un adolescente delgado aunque de complexión fuerte, con una mirada verde y salvaje que muy pocos chicos en la escuela se atrevían a sostener. Y ahora contaba sobre su última víctima, David Peñaloza, un alumno de primer año que usaba gruesas y ridículas gafas a lo Harry Potter.
-Lo encontré en el baño, tratando de abotonarse el pantalón- reía Lucas, con un brillo infantil en los ojos-.
En el lugar no había nadie, así que me le acerqué por detrás y le di un sopapo que hizo volar sus estúpidos anteojos. Ustedes tendrían que haber estado allí, para presenciar la cara de susto de ese pobre diablo. Trató de darse vuelta pero yo lo sujeté por la nuca y le estampé la cara contra los cerámicos. Pensé que se echaría a llorar allí mismo, como hacen todos, pero el tipo era más duro de lo que parecía. Dijo que me conocía, que sabía quién era. Y yo le ordené que se callara, porque a partir de ese momento sería mi esclavo, y los esclavos sólo hablan cuando el dueño lo pide.
-Y luego… lo mejor de todo- siguió su narración Lucas-. Vi que sus zapatillas eran nuevas, y le ordené que se las quitara. Recién ahí el mocoso perdió el control. Dijo que cualquier cosa menos eso, que su papá había trabajado mucho para comprárselas. Y yo le di otro sopapo y le dije que me importaba una mierda la historia de su puto padre. Y le quité las zapatillas. Aunque prometí devolvérselas mañana, y pienso cumplir mi palabra.
Señaló hacia el rincón, donde unas zapatillas ennegrecidas por el fuego descansaban sobre unas cajas de cartón. Los muchachos estallaron en nuevas risotadas y Lucas se llevó un cigarrillo a los labios.
-¿Saben qué es lo más curioso de todo?- dijo soñador, mientras echaba una bocanada de humo al techo. Sus padres, que eran adinerados, le habían prohibido fumar, pero como nunca estaban en la casa Lucas no se preocupaba por esto-. El pibe amenazó con contárselo a su madre. ¿Pueden creerlo? Como si yo fuese a tenerle miedo a una vieja…
-¿Estás seguro?
-Segurísimo. Su coche derrapó y terminó en el fondo del lago. Y la policía...
Pero nunca pudo terminar de contar la historia. La ventana del dormitorio se abrió con violencia y algo blanco y horrendo entró flotando como un globo. Lucas se orinó en los calzoncillos y uno de sus amigos se desmayó. Lucas se dio vuelta para salir corriendo, pero la puerta se cerró frente a sus narices. Tiró del picaporte con desesperación y lanzó un gemido al comprobar que no se movía. Miró hacia atrás. La aparición estiraba los brazos y lentamente flotaba hacia él. Lo tenía atrapado. Las lágrimas y los mocos de Lucas se le mezclaban en la barbilla y formaban una sustancia repugnante. La figura de la mujer comenzó a abrir la boca. La abrió hasta límites físicos imposibles, hasta que todo su rostro fue una boca negra y gemebunda. Y luego se tragó la cabeza de Lucas.
Y sintió una voz, una voz en la oscuridad, que le decía:
“Soy la madre de David, y si vuelves a hacer daño a mi hijo, regresaré. Y te llevaré conmigo hasta los Confines de lo Oscuro”.
Al cabo de un tiempo, el chico se atrevió a abrir los ojos. No había nadie allí, excepto sus amigos, que estaban tan pálidos como él.
-Quizás lo imaginamos- dijo Lucas-. Quizás…
-¿Qué tienes detrás de los pantalones?
-No es nada- dijo el chico rápidamente-. Y en cuanto a lo que creímos ver…
De repente sintió algo extraño en sus pies. Cuando bajó la vista, vio que sus zapatillas estaban totalmente quemadas. Supo entonces que todo había sido real, y a partir de ese entonces dejó a David en paz y de hecho no volvió a molestar a ningún chico de la escuela, aunque esta medida resultó inútil, porque el horrible fantasma blanco se le siguió apareciendo.
A todas horas del día. En sueños, en la vigilia, durante las clases en la escuela.
Lucas ya no podía dormir. Bajó de peso y sus notas se fueron a pique. Aterrorizado, habló con David y le pidió que su madre lo dejase tranquilo, que él había entendido el mensaje y ya nunca más lo molestaría. Pero David esbozó una sonrisa enigmática y contestó que no sabía de qué estaba hablando. Lucas creyó enloquecer. Pasaron los meses y el muchacho enfermó. Sus amigos desde aquella vez lo habían abandonado y ahora estaba completamente solo. Desaprobó casi todas las materias y tuvo que repetir el año.
Urdió entonces un plan desesperado.
Si David tenía un aliado desde el más allá, ¿por qué el no podría tener uno propio, que lo defendiera y le permitiera dormir al fin tranquilo?
Esa noche envenenó a sus padres.
Pero éstos, al igual que en la vida terrenal, nunca hicieron contacto con él y lo dejaron a la deriva y sin respuestas.
Ahora Lucas está en la cárcel, cumpliendo cadena perpetua. Pasa sus noches acostado en la litera, con los ojos abiertos de par en par, mirando hacia la ventana con barrotes que da al patio, donde el rostro de la madre de David cada tanto se asoma y le sonríe con perturbadora satisfacción.
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